lunes, 25 de junio de 2007

La inundación que viene

Héctor de Mauleón
El Universal
Lunes 25 de junio de 2007

El Drenaje Profundo de la Ciudad de México perdió 80% de su capacidad de descarga y hoy se encuentra al borde del colapso. Expertos de la UNAM, la Comisión Nacional del Agua, el Colegio de Ingenieros y Protección Civil, aseguran que en esta temporada de lluvias el emisor central del drenaje podría fallar y expulsar a la superficie una ola monstruosa de aguas negras y residuos líquidos descompuestos, capaces de provocar una inundación histórica de más de cinco metros de altura.

Dado que el centro capitalino se encuentra seis metros abajo del Vaso de Texcoco, el resultado de la catástrofe sería semejante al ocasionado en Nueva Orleáns por el huracán Katrina.

De la administración de Óscar Espinoza a la de Andrés Manuel López Obrador, 15 años de incuria, negligencia, falta de presupuesto y desvío de recursos han conducido a la ciudad a la posibilidad de enfrentar su mayor desastre histórico en los últimos cuatro siglos: según los investigadores, 9 millones de personas -entre las que figuran las que se hacinan en laderas y barrancas de Santa Fe e Iztapalapa- resultarían afectadas por la marea de aguas negras con solventes que en poco tiempo propagaría serias epidemias.

De las 32 tormentas tropicales que esta temporada azotarán las costas de México, 17 van a golpear al DF: 20 centímetros de agua podrían bastar para colapsar el drenaje y llevarnos a un desastre semejante al ocurrido el día de San Mateo de 1629, cuando comenzaron las lluvias que provocaron la inundación que por cinco años dejó a la ciudad de México sepultada bajo el agua.

Hoy, dicha historia se ha olvidado. Entre julio y septiembre de ese año, intensos aguaceros formaron un río que rebasó bordos y represas, y se lanzó enfurecido hacia las partes bajas de la capital. El 5 de septiembre, bajo una lluvia pertinaz, sólo las principales calzadas eran transitables: había que circular en canoa por el resto de la ciudad. Cinco días más tarde se desató una tormenta que no amainó en 36 horas. Cuando el sol volvió a alumbrar, la ciudad de México se hallaba bajo dos varas de agua y los muertos y heridos sumaban millares.

Un testigo del desastre, el fraile Alonso Franco anotó que, mientras los españoles se refugiaban sollozando en los pisos altos, las casuchas humildes de los indios se desmoronaban en el agua. Las autoridades recorrían la ciudad en canoa, repartiendo alimentos, y los religiosos oficiaban misa desde las azoteas de sus conventos, para confortar a los fieles que, en las azoteas contiguas, caían de rodillas con grandes lamentos.

El arzobispo organizó una procesión de 200 canoas que llevó de la Villa a la Catedral la imagen de la virgen de Guadalupe. La medida sirvió de poco: nadie imaginaba que la reparación del daño duraría una generación entera.

Mientras las epidemias comenzaban a propalarse, cobrando nuevas vidas, miles de personas dejaban la ciudad para buscar refugio en los pueblos cercanos. El éxodo alcanzó tal magnitud, que incluso fue considerada la posibilidad de abandonar esta parte del valle, y edificar una nueva ciudad de México en un terreno más alto. "Este lugar no volverá a poblarse", escribió Gonzalo de Córdoba. Un año después de la tromba el agua no había bajado un solo centímetro y el hambre, el encarecimiento y las enfermedades generaban entre los que se quedaron un descontento que estuvo a punto de ocasionar una rebelión.

En medio de acalorados debates, la tromba de 1629 fijó el destino de la ciudad: las autoridades desecharon la idea de abandonarla y decidieron protegerla con diques y represas. Al mismo tiempo, se resolvió desecar los lagos. Es decir, iniciar la transformación del subsuelo que provocó el hundimiento de los edificios y creó el sistema de presión que hoy amenaza con reventar el drenaje para llevarnos de golpe al tiempo en que los religiosos oficiaban en las azoteas y los fieles caían de rodillas entre grandes sollozos. Sólo que esta vez no será el aluvión de los montes lo que saldrá de las alcantarillas. No será el aluvión lo que tendremos hasta el cuello.

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