viernes, 17 de agosto de 2007

La falta de agua que viene

Reforma, opinión / 17 de agosto 2007
Myriam Vachez

Leí una información que me dejó verdaderamente preocupada: los expertos calculan que para el año 2025 -es decir, mañana-, dos tercios de la humanidad sufrirán "estrés hídrico". Éste forma parte de la gran cantidad de datos que han sido publicados en relación a la Semana Mundial del Agua, recién iniciada en Estocolmo, pero resulta mucho más ilustrativo que lo que hemos escuchado reiteradamente: que mil millones de personas en el mundo no tienen acceso al agua potable o que 34 mil mueren cada año por enfermedades ligadas a la falta de agua y de sistemas de saneamiento.

"Estrés hídrico"... Lo novedoso de la expresión no hace sino subrayar lo dramático y grave de la situación. ¿Podemos imaginar lo que esto implica? ¿Podemos siquiera vislumbrar lo que va a desencadenar el que dos de cada tres seres humanos padezcan día a día la angustia de no tener acceso a ese bien indispensable para la sobrevivencia? Por supuesto, uno tiende siempre a pensar que las visiones apocalípticas son exageraciones y que no hay que hacerles demasiado caso pero, por otro lado, mucho más que esas visiones apocalípticas, lo que predomina hoy, lo más notable, es más bien una mezcla de falta de preparación, ignorancia y despreocupación en lo referente al problema del agua.

Una de las principales características del hombre, por ser poseedor de un cerebro apto para reflexionar, es su capacidad de prevenir. Una de las principales obligaciones de los gobernantes debería ser desarrollar al máximo esa capacidad para prever los problemas antes de que nos estallen encima. Sin embargo, eso no se da mucho: no es sino en el momento en que ya estalló el problema del exceso de tráfico en las ciudades cuando se empiezan a buscar soluciones que no sean construir más pasos a desnivel y ampliar calles para que quepan más coches; no es sino hasta que se reportan evidentes problemas pulmonares y dérmicos debidos a la contaminación del aire y del agua cuando se empiezan a tomar medidas restrictivas que tardan, además, años en implementarse.

Hoy, entre los dos extremos posibles, es decir, el de las visiones apocalípticas que nos hablan incluso del advenimiento de terribles guerras por tener acceso al agua, y el de la negación simple y llana del problema, existe, debe existir, una visión sensata que incluya tomar medidas preventivas antes de que la falta de agua sea una realidad tangible y cotidiana.

Espero que en México, país hasta hoy privilegiado pero que gasta, contamina y desperdicia sin freno, se piense seriamente en prevenir la falta de éste que ha sido calificado como "bien público mundial", mismo título que se da a la atmósfera, la salud pública e incluso a los derechos humanos o la paz. Un bien público mundial es aquel que, al margen de fronteras y necesidades nacionales, se prohíbe acapararlo para beneficio de una población en detrimento de otra. El derecho internacional aún no ajusta totalmente sus normas al respecto, pero ya existe una serie de acuerdos entre países que se basan en esa noción, por ejemplo, los de México con Estados Unidos, referentes a las aguas del Río Bravo. Lo cual significa que hoy ya no es solamente una obligación nacional cuidar el agua y prevenir su escasez, sino una obligación internacional cada día más imposible de evadir si se tiene alguna conciencia humanista. En otras palabras, la norma ecológica y del desarrollo sustentable que dice que la única forma de lograr un desarrollo mundial más equilibrado es reduciendo el consumo en todos lados se debe aplicar sin falta en el caso del agua. El que Estados Unidos y Canadá o algunos países del norte de Europa tengan agua de sobra no significa que pueden gastarla a su antojo porque esa misma agua hace falta en países africanos o asiáticos que están padeciendo, desde este momento, una desertificación galopante.

Algunos datos duros para terminar de alertarnos: en los últimos 50 años el consumo de agua mundial se ha triplicado, es decir, ha crecido dos veces más rápido que la población mundial. El riego agrícola consume 70 por ciento del agua dulce que se extrae de ríos, lagos y mantos freáticos. Para obtener un kilo de trigo, se requiere de mil a 2 mil litros de agua, y para un kilo de res, ¡entre 13 mil y 15 mil litros! En pocas palabras, el progreso, el bienestar de algunas sociedades, ha llevado al ultraconsumo de un bien que en otras partes del mundo hace una falta enorme. Tan sencillo como que harían falta muchos planetas Tierra para que todos los seres humanos pudieran tener el nivel de vida de los europeos o los norteamericanos.

Olvidaba mencionar un dato: las compañías que se dedican al agua, ya sea para tratamiento, distribución, renovación de infraestructura hidráulica o incluso desalinización, van viento en popa y el valor de sus acciones bursátiles aumenta día con día. ¿Se necesita mayor prueba de que el oro azul está por convertirse en uno de los bienes más codiciados del planeta?


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