lunes, 9 de julio de 2007

La guerra con el agua

Milenio, política / 6 de julio 2007
Carlos Tello Díaz
El riesgo de colapso del sistema hidráulico de la capital ha vuelto a las primeras planas con las lluvias del verano, que año con año nos recuerdan nuestra inútil y costosa guerra con el agua –una guerra con una historia que lleva ya cerca de cinco siglos.

“México, a la llegada de los españoles, se hallaba totalmente rodeado de agua”, escribió Toribio de Benavente. “Pero desde el año 1524 esta agua no ha hecho más que bajar”. Su frase resume con nitidez lo que ha sido desde entonces nuestra relación con el agua. La ciudad que descubrieron los conquistadores estaba, en efecto, rodeada por una serie de lagunas que tenían una superficie de alrededor de 2 mil kilómetros cuadrados. Enorme. La mayoría de los canales y las acequias, sin embargo, fue cegada para abrir calles de tierra, sobre las que fue construida la Ciudad de México. Así comenzó la guerra con el agua. La capital padeció desde entonces varias inundaciones, por lo que en 1607 el ingeniero alemán Heinrich Maartens (le decían Enrique Martínez) ideó el desagüe de Huehuetoca, para sacar el agua del Valle de Anáhuac hacia el Golfo de México por un túnel que desaguaba en el río Tula. El túnel sería luego un cañón abierto en la montaña que llevaría siglo y medio en construir: el socavón de Nochistongo –“la primera herida sobre la orografía del Valle de México” (Gabriel Quadri de la Torre).

A fines del siglo XVIII ya todo era distinto en el Valle de México. Alejandro von Humboldt lo comentó en su Ensayo sobre el Reino de la Nueva España: “En las obras hidráulicas del valle de México no se ha mirado al agua sino como a un enemigo del que es menester defenderse… El sistema europeo de desagüe artificial ha destruido el germen de la fertilidad en una gran parte del llano de Tenochtitlan”. Los esfuerzos por sacar el agua de la capital culminaron el 17 de marzo de 1900, cuando Porfirio Díaz, en presencia de Lord Cowdray, inauguró solemnemente las obras de desagüe del Valle de México. Con el tiempo desaparecerían también –junto con los ríos, hoy sólo recordados en los nombres de las calles– los lagos de Xochimilco, Chalco, Texcoco y Zumpango. Pero a pesar de todos los trabajos, las inundaciones continuaron. Así, en el siglo XX, las autoridades decidieron dar una respuesta radical al problema del agua con el sistema del drenaje profundo, una red de 150 kilómetros (100 de ellos de túneles que confluyen en un emisor de 50) inaugurada en 1975 por el presidente Echeverría.

En este drenaje, el 80 por ciento de las aguas que corren son blancas, que en vez de ser utilizadas acaban revueltas junto con las negras en el río Tula. Es absurdo, pues el Valle de México tiene hoy la más baja disponibilidad de agua de todas las trece regiones hidrológicas de la República: apenas 230 metros cúbicos por habitante por año, muy por debajo de la disponibilidad media nacional, que es de 4 mil 900 metros cúbicos. Este es el saldo de la guerra con el agua: la ciudad que secó sus ríos, sus canales y sus lagunas necesita, hoy, tener más agua –la ciudad que tuvo miedo de morir ahogada, hoy muere de sed. La pregunta, así las cosas, es obvia: ¿no puede ser captada el agua que la ciudad necesita, en vez de ser desechada? Hay un grupo de personas –ecologistas, ingenieros, arquitectos– que piensa que sí. Es el tema que me gustaría tratar la próxima semana.

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