En las últimas semanas los habitantes de la Ciudad de México hemos vivido dos crisis importantes. La primera, la que ha generado la mayor parte de la atención de los medios de comunicación del mundo, ha sido la epidemia de influenza. La segunda, la realmente importante, la que más nos amenaza en el largo plazo, es la del agua.
En un tiempo en que las autoridades han enfatizado la adopción de hábitos de limpieza más estrictos, particularmente lavarse las manos constantemente para evitar contagios de influenza, cientos de miles, quizá millones, de habitantes de la Ciudad de México y los municipios mexiquenses conurbados han protestado abierta y constantemente por la falta de agua.
Si bien la Comisión Nacional del Agua, la Conagua, prometió no realizar los recortes programados al suministro de agua del sistema Cutzamala durante la crisis epidémica, la falta de agua se convirtió en el peor problema de la temporada para la mayor urbe del país.
La Ciudad de México está pagando los costos de un descuido acumulado durante generaciones. Empezó con la desecación de los lagos del valle y continuó con la creación de un sistema que trae agua de puntos muy lejanos, no aprovecha la abundante precipitación de la zona y bombea a un alto costo aguas residuales sin tratar hacia Hidalgo. A esto hay que añadir la decisión populista de cobrar a los usuarios sólo una fracción del costo real de conducir, distribuir y tratar el agua, con lo cual se ha creado un sistema permanentemente descapitalizado.
En una reciente entrevista Jorge Ramos, el presidente municipal de Tijuana, una ciudad ubicada en una zona mucho más árida que la Ciudad de México, me indicaba que el agua se cobra a 12 pesos por metro cúbico en esa ciudad fronteriza. Esto sería seis veces más que el cobro de 2 pesos por metro cúbico en el Distrito Federal. La disponibilidad de recursos ha hecho posible que la mayor parte de Tijuana tenga agua las 24 horas del día y que una parte muy importante del líquido que utiliza sea tratado. Monterrey es otra urbe ubicada en una zona muy árida que ha logrado crear un sistema más eficiente de distribución y tratamiento de agua.
En la Ciudad de México se han sembrado las semillas del desastre con el criterio populista de que el agua, porque es valiosa, debe virtualmente regalarse a los usuarios. Esa filosofía ha resultado un atajo a la destrucción. El costo excesivamente bajo del agua promueve el desperdicio e impide la realización de obras de infraestructura. Al final se convierte en una política socialmente regresiva. Los grupos más prósperos de la población se benefician del pago diminuto, mientras que los más pobres deben pagar el agua muchas veces más cara ya que compran en pipas la que no reciben por la tubería.
Sólo subir los precios del agua en la Ciudad de México no resolverá el problema. Se requiere de dinero para infraestructura y un incentivo financiero para evitar el desperdicio, pero también de un cambio de mentalidad. Es imposible seguir saqueando las aguas de cuencas lejanas para apagar la sed de una ciudad que no para de crecer. La lluvia es suficiente para resolver todas o la mayor parte de las necesidades de agua del valle de México. Pero para aprovecharla se requiere cambiar toda una infraestructura hecha para robarse el agua limpia de ríos lejanos y enviarla sucia a Hidalgo.
La Ciudad de México tiene los recursos para hacer el cambio. Es la urbe más rica del país. Ha empleado los recursos que tiene, sin embargo, en obras viales de relumbrón antes que para resolver sus problemas fundamentales. Y entre ellos ninguno es tan importante como el del agua.
Bolsa
El 2 de marzo el índice de cotizaciones de la Bolsa Mexicana cayó a 16,929.80 puntos, su nivel más bajo en 2009. Este viernes 8 de mayo registró 24,085.58 unidades, 42.3 por ciento más. Falta, sin embargo, un trecho largo, otro 33.2 por ciento, para regresar a los 32,095.04 puntos del 24 de abril de 2008.
Página en internet: www.sergiosarmiento.com
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